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¿En qué referencia se inspiran festivales como Lollapalooza, Coachella o Burning Man? ¿Existieron antecedentes en la aventura de cruzar música, paisaje y experiencias de exploración sensorial?
Hay varias pistas para las anteriores preguntas en este trabajo sobre los promotores que entre 1983 y 1985, bajo el nombre Desolation Center, llevaron a lugares del sureste californiano como el desierto de Mojave los más interesantes pulsos de pospunk y sonido industrial de su época.
Buscando un modo de esquivar el acoso de la policía de Los Angeles contra la escena punk, un grupo de aficionados montó por su cuenta conciertos en espacios singulares y remotos («armar algo a partir de nada en un no-lugar», recuerda alguien), dando pie a intensas y anárquicas veladas en las que participaron bandas como Minutemen, Meat Puppets, Einstürzende Neubauten, Sonic Youth, Swans, Savage Republic y Redd Kross. Era un empeño comparable al de Fitzcarraldo por levantar una ópera en la selva amazónica: valioso en su esfuerzo, ajeno al negocio, y anclado en el ritual; esencialmente creativo y anárquico. «No teníamos idea de que estábamos haciendo historia».